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Nada mejor que comenzar el día en lo alto de la ciudad. Dalt Vila, Patrimonio de la Humanidad, es como un libro abierto de piedra, historia y vistas. Subir por sus calles empedradas, cruzar las puertas monumentales y asomarse a los bastiones es sentir cómo late la Ibiza más antigua, la más genuina.
Lo ideal es recorrerlo a primera hora, cuando el calor aún no aprieta y hay cierta calma. La catedral, los miradores, los museos y esos rincones inesperados con patios encalados o arte escondido merecen una visita lenta. Si te apetece, hay pequeñas cafeterías donde tomar algo antes de seguir camino.
Desde Dalt Vila puedes poner rumbo al sur haciendo varias paradas que valen la pena. El mirador de Sa Talaia ofrece una vista completa de la isla, y calas como Es Bol Nou o Sa Caleta combinan mar, acantilado y tranquilidad. También hay sitios donde parar a tomar un café o un zumo natural con vistas.
La ruta puede adaptarse según lo que te pida el cuerpo: quizá un chapuzón rápido, quizá perderse en un mercadillo o descubrir un pequeño taller de cerámica. Lo importante es no ir con prisa y dejar que el día se abra solo, como una flor al sol.
Después de horas caminando, explorando y respirando mar y campo, el cuerpo pide una comida con fundamento. Y no hay nada como el sabor que deja la leña en los ingredientes frescos. Una buena parrilla tiene algo de ritual: fuego lento, conversación, aire libre.
En Social Point Ibiza todo gira en torno a ese concepto: cocina honesta, entorno cuidado y un ambiente que invita a quedarse más de lo previsto. Aquí no vienes solo a cenar, sino a cerrar el día con sentido. La carne, el pescado, las verduras… todo pasa por la brasa y sale con ese aroma que abre el apetito nada más llegar.
Y cuando cae la noche, la música se enciende. Hay grupos en directo, luces tenues, conversaciones cruzadas entre mesas y un ritmo que acompaña sin imponer. Es el tipo de sitio donde la sobremesa se alarga, porque el lugar lo pide. Porque uno se siente bien.
Lo ideal es llegar temprano, sobre las 9:00 o 9:30. Así aprovechas el frescor de la mañana y tienes tiempo de recorrer el recinto sin agobios. Además, la luz de esas horas es perfecta para disfrutar de las vistas y hacer fotos sin demasiada gente alrededor.
Si tienes coche o moto, la isla es muy manejable. Hay aparcamientos cerca de Dalt Vila y luego puedes trazar una ruta hasta el sur, parando donde te apetezca. En bici, es más exigente, pero posible si eliges bien las cuestas. Lleva agua, protector solar y ganas de improvisar: la isla siempre tiene sorpresas guardadas.